martes, 30 de octubre de 2012

El país que no elegimos

Los inmigrantes que llegamos a Catalunya pensando que aterrizábamos en un país llamado España hoy podemos dormir más tranquilos. Desde el Govern de la Generalitat nos anuncian que ningún inmigrante será expulsado, que el cambio de país, en el supuesto de producirse, no afectará a los extranjeros que se ya se han instalado en Catalunya: 1,2 millones de personas, el 17% de la población. 

Los inmigrantes que vivimos en Catalunya ya podremos conciliar el sueño al saber que no habrá expulsiones masivas, porque, según Artur Mas, “aquí no sobra nadie”. Nuestros dirigentes políticos nos aseguran que el día en que amanezcamos en un país diferente al que elegimos, sólo pagaremos impuestos para mantener un Estado y no dos, como lo hacemos actualmente. 

Nuestro president nos ha dibujado un horizonte idílico: la independencia nos traerá más renta, mejores servicios y no sufriremos los recortes similares a los que se ha visto obligado a aplicar porque 'España nos roba' --o nos vuelve a robar en el caso de los inmigrantes--. 

Pero todo el escenario de prosperidad y libertad, toda esa maqueta de mundo ideal Disney, se desmorona cuando los líderes de CiU muestran su faceta más desenfada e informal. “Si la inmigración latinoamericana se mezcla con los catalanes, será el fin de Catalunya”, dijo Jordi Pujol en unas jornadas universitarias de verano hace ya una década. 

Pocos meses antes, su esposa, Marta Ferrusola, había abundado en las ideas de su marido en una conferencia en Girona con mujeres de la tercera edad. “La inmigración que ahora llega tiene una cultura distinta y una religión distinta y quieren que se les respete”, dijo en un acto público en 2001 que causó gran polémica en la prensa. “Si los catalanes no nos preocupamos de Catalunya, los otros nos la destruirán”, agregó. 

Pero ahora, con un serio planteamiento separatista sobre la agenda política catalana, los otros, es decir, nosotros, los de afuera, los inmigrantes, los que hicimos peligrar la identidad catalana hace una década, también estamos llamados a abrazar la bandera independentista. “El estado opresor ha intentado que los inmigrantes hispanohablantes hagan retroceder nuestra lengua pero han fracasado”, explica la Asamblea Nacional Catalana. “Se tiene que incorporar a los que han escogido Catalunya como su lugar, a la lucha por la independencia”, añade. 

Pero, hasta donde tengo noticias, ningún inmigrante latinoamericano se ha sentido presionado por el 'Estado español' para utilizar su lengua materna. Algo diferente sucedió durante la pasada legislatura catalana cuando el anterior Secretari per a la Inmigració, Oriol Amorós (ERC), obligó a las entidades latinoamericanas a firmar una cláusula para utilizar el catalán como lengua oficial en sus fiestas patrias. La mayoría de las entidades, dependientes de subvenciones oficiales, accedió a renunciar al uso de su lengua propia durante sus celebraciones, en las que –curiosamente-- se conmemora la independencia de España. 

Ahora Jordi Pujol, con el Estado propio más cerca, recuerda que, para ser buenos patriotas, los catalanes no deben dirigirse a los inmigrantes en castellano, sino en catalán. Muchos latinoamericanos en Catalunya, la mayoría enamorados de la arquitectura, de los paisajes y de la vida abierta y cosmopolita de esta tierra, asistimos a una confrontación con el resto de España en la que tenemos mucho que perder. 

A pesar de que nadie nos consulte y que a pocos les importe, la Catalunya que vigila la lengua que utilizamos en nuestras fiestas, con nuestros vecinos o la que usamos para enamorarnos no es el lugar donde queremos vivir. Ése es el país que no elegimos.

Fuentes: http://www.economiadigital.es

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